Tras ocho años el Canela Party no para sigue sigue, y esta edición les ha salido más redonda que
el bullate de Kim Kardashian.
Lo petaron el jueves en el Velvet y lo volvieron a petar el viernes en el mini-canela, pero el polígono San Luis no ha tenido tanta vida nocturna ni en las noches de 2x1 del S’candalo. Hasta un carruaje de caballos pasó el sábado frente a la sala Eventual ¡Cómo se lo curran los Amish!
Abrió la fiestaca el argentino cervantes, satisfaciendo a los canelosos con milanesas tan grandes como la poca vergüenza del portero de la sala, que no recogió la caña de pescar en toda la noche. Los enfermeros de Juventud Juché, contrarios a su disfraz, provocaron los primeros hematomas en la pista de baile y luego no te ponían ni mercromina ni nada, eran más de curar con alcohol. Juventud Juché son de madriZ y cantan como perro sarnoso que no se llega a rascarse donde le pica.
Y hablando del rey del
croma, por el escenario asoma. Perro aka Omar Souleyman a lo malaguita fueron los segundones en tocar. Perro molan porque son marcianicos, arrastran mucha tontuna y les gusta de comer cosas caducadas y
vomitarlas en youtube, y a nosotras eso nos inspira mucho a darle like. Nuestros favoritos, sin duda.
Después de los perros vinieron los Unicornibot, cuyo disfraz era muy esperado por nosotras porque no hay nada más bonito que los
robores-unicornio. Pero nos defraudaron viniendo al canela vestidos de miércoles cualquiera. Se ve que intentaron arreglarlo poniéndole al batería un cascuerno de papel de envolver bocadillos de quesichón, pero el daño ya estaba hecho. Igualmente Unicornibot molan porque sus letras son muy reivindicativas.
El grupo más esperado de la noche eran The Growlers, que se adaptaron muy bien a la filosofía del festival porque fueron vestidos de la
Kelly Family en versión hipster. The Growlers molan porque si te gusta una de sus canciones, ya puedes decir que te gustan todas y no quedar de listillo.
Y para cerrar, nos vienen a la mente flashes de una chocholoco meneando maracas y un chavea tras un teclado con pinta de haberse ido de fiesta más de una vez con el coreógrafo de Locomía. Una vaina muy loca.
El resto de la noche se resume en confeti, las camareras gatitas que nunca dejaron de servirnos aunque cada vez pronunciáramos peor, confeti, la teoría de que toda la gente que había fuera de la sala no podría caber dentro, confeti, el coche con la grabación de estudio del himno de “Los novios del canela” a todo trapo, confeti y la policía multando a una princesa a las 8 de la mañana por coger el coche con un canela de más. Todo muy bizarro. Todo muy cinnamon.
Pitote 2014, siempre en nuestro corazón, siempre en nuestro hígado.
¡Larga vida!