Este viernes y como buen previo de Halloween, hemos tenido sobredosis de magia, mástiles voladores y pócimas con nivel de
graduación elevado, vaya, un poco de todo lo que nos gusta y “remezclao”.
Ya en la cola nos
apretamos de lo lindo, al estilo bar pasillo, pues un sold out en el Velvet permite sentir el calor corporal de todo aquel que se mueva un centímetro y el aliento en la nuca del que está al lado del baño, ideal para hacer despegar a las bragas.
Miguel, César, Pablo y Javi en concierto, haciéndose de rogar y bromeando sobre tal cuestión espacial, Maga: - ¿tenéis calor? Público: - Sí! Tenemos calor y nos encanta!!
Nada más comenzar, nos fijamos en la pedalera y en los mástiles de Miguel y Javi (que sobrevolaban nuestras cabezas peligrosamente). Pocos pedales y un buen juego de manos. Estos chicos saben manejarse bien con pocas herramientas. Nos gusta. En la segunda canción ya estaba el ambiente tan caldeado que Miguel casi hace de su instrumento un arma implacable, pues él también quería sentir ese calorcito reconcentrado de las partes bajas de la sala. No pudo ser, así que tuvo que descargar con el altavoz problemático que no se escuchaba, ¡toma patada voladora!
Mientras tanto, pudimos comprobar que Javi, el bajista, seguía en ese
éxtasis que le acompañaba desde el minuto uno del concierto. El maldito/maravilloso
Jack tenía la culpa, le habían echado mucho hielo para el gusto sensible de su encía, FIJO! De todas formas, no nos hubiera importado echarle mano a la botellita en cuestión, pero nos imponía respeto el alto grado de follabilidad de Pablo, el batería del grupo, quien custodiaba la botella con todo el poder de sus… baquetas.
Entonces comienza el momento de quemar, bailar, beber y gritar (más), suena “Agosto esquimal” y nos volvemos todos locos y nos queremos más (pues el roceteo hace el cariño). Obviamente, después de esta pequeña mini-bacanal, los integrantes de Maga nos volvieron a preguntar si teníamos calorcito… nos tenían como querían, en el punto justo de cocción.
Y como después de la tormenta llega la
cama calma, tocaron su “silencio” aderezado con unas pocas bromas referentes a ciudades tristes donde ya no quieren vivir más. Pobres
sevillanos, rodeados (completamente) de malagueños alterados. Por otro lado, César, el hombre para todo, que te tocaba la guitarra, igual que el teclado, la maraca o una pandereta, nos hizo pensar que
tocar seguro que no era lo único que se le daba bien, awww yeah! A todo esto, la botella de Jack Daniels seguía proporcionando esas caras de placer a su legítimo dueño. Y llegó el momento
emotivo de la noche, caras embelesadas y bragas húmedas por doquier, eso es lo que pasa si te bajas del escenario y empiezas a susurrar a tu club de fans
de John Boy cosas como “soy el
rey del mundo” y “si soy más fuerte que ayer”. De vuelta en el escenario, el gran
George empezó a dar problemas y en vez de sonar cual "tornado", nos castigó taladrándonos los tímpanos como si de una maga haciéndose la cera en las ingles se tratara. Mal!
Para “El gran final” George volvió a portarse bien y una locura colectiva se apoderó de los integrantes del grupo: maracas, guitarras, piernas apoyadas en bombos y un bajista que cambió de estado limbístico para aporrear enérgicamente su bajo contra el suelo, ponerse su chupa (coger su Jack Daniels) y decir ¡¡se acabó el hechizo señores!!